La Mujer . consiguiente, la vegetación era muyescasa. Sólo unos pocos edelweis y una que otra matade gramilla que crecía acá y allá constituían la floradel desolado paisaje. Las águilas, ámenudo, despuésde haberse remon-tad o en raudosvuelos, venían ádescansar en lasmerladas torres deStart, eterno domi-cilio de los buhos. El señor condede Start hallábaseun día meditabun-do y triste. Supoque 3u antiguo servidor, su maestrode armas, su hom-bre de confianzahabía muerto, y,lo que era peor,muerto de una vilenfermedad: deuna indigestión. El pobre condepiensa y ante sumemoria desfilanuno á uno todos


La Mujer . consiguiente, la vegetación era muyescasa. Sólo unos pocos edelweis y una que otra matade gramilla que crecía acá y allá constituían la floradel desolado paisaje. Las águilas, ámenudo, despuésde haberse remon-tad o en raudosvuelos, venían ádescansar en lasmerladas torres deStart, eterno domi-cilio de los buhos. El señor condede Start hallábaseun día meditabun-do y triste. Supoque 3u antiguo servidor, su maestrode armas, su hom-bre de confianzahabía muerto, y,lo que era peor,muerto de una vilenfermedad: deuna indigestión. El pobre condepiensa y ante sumemoria desfilanuno á uno todos loshechos de su ju-ventud pasada encompañía de eseLupo querido, quetantas veces le sal -vó la vida. Lo ve niño, junto á él, jugando en los alrededoresdel castillo cuando su padre, el severo vizconde, vivíaaún; lo vé sonriente y bueno como siempre, lleno deatenciones y de cuidados. ¡Pobre Lupo! ¿Y ahora que es de él? ¡Nada! Uncuerpo frío, lívido, del que el alma se ha


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