La Honra de la mujer, novela de costumbres . doro trazaba estas líneas, los misioneros serepartían por una de las provincias septentrionales del In~dostan. La parte Sur de la provincia estaba bañada por elmar; iban á cumplir allí su noble misión de predicar la reli-gión del Crucificado entre las tribus salvajes, D. Leandro eligió para ejercer su espinoso cargo la parteque daba á la costa, pues decia que era la que más se pare-cía á su pátria, en la que hubiera querido morir. Después de sus tareas diarias solía vérsele con mucha fre-cuencia reflexivo. Era de todos el más querido de cuantos espa


La Honra de la mujer, novela de costumbres . doro trazaba estas líneas, los misioneros serepartían por una de las provincias septentrionales del In~dostan. La parte Sur de la provincia estaba bañada por elmar; iban á cumplir allí su noble misión de predicar la reli-gión del Crucificado entre las tribus salvajes, D. Leandro eligió para ejercer su espinoso cargo la parteque daba á la costa, pues decia que era la que más se pare-cía á su pátria, en la que hubiera querido morir. Después de sus tareas diarias solía vérsele con mucha fre-cuencia reflexivo. Era de todos el más querido de cuantos españoles habíapor aüí, pues no faltaban algunos. Moraba una pobre y mísera cabaña, más bien que cabaña,celda, construida entre los repliegues de la costa. Cerca de la cabaña y casi á flor de agua, varías rocas for-maban un hueco á la manera de un sillón, donde un hom-bre podía estar sentado perfectamente. Colocábase en él D. Leandro al caer la tarde y desde allíveía pasar los buques, las nubes y las Desde allí veia pasar los buqiies/las nubes y las gaviotas, LIBRO SEGUNDO. DE LA COPA A LOS LABIOS. CAPITULO PRIMERO. ¡Del dicho al ! Roberto, después de haber oido de los lábios de Estre-lla y de Julio que ambos vivirían dichosos uniéndose le-galmente, creyó que por de pronto su afrenta estaba borra-da; que ya se habia disipado, por más que no fuese del todo,aquella nube sombría que durante algún tiempo habia |em-pañado el otras veces claro cielo de su existencia. Sin embargo, aun sentia algún temor; no sabia en quéfundarlo, pero la verdad es que, aunque ya la resolución deaquel problema estaba próxima, aunque ninguna dificul-tad divisaba en lontananza, es lo cierto que todavía teniadudas de aquella unión de Julio y de Estrella, que ya estabatan cercana; y verdaderamente, ¿en qué podia fundar sus te-mores el inspector de policía? Absolutamente en nada. 62 LA. HONRA. Julio estaba en su poder; aun en el caso de qu


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